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viernes, 6 de mayo de 2011

Presentación del libro “Poéticas” de Raúl Allaín e Iván Fernández Dávila

Presentación del libro “Poéticas” de Raúl Allaín e Iván Fernández Dávila

Casa Museo Porras Barrenechea, 29 de abril de 2011

El arte poética es, para la poesía, género príncipe de las letras, semejante a la sinfonía y el solo en la música o al bodegón, el retrato y el desnudo femenino en la plástica: ejercicio definitivo del artista, que consolida su visión, constituye el manifiesto vital de su insolencia creativa o su domesticación, y reúne su concepto en torno al arte que ha elegido para darnos a conocer sus luces y desgarramientos.
Para los entendidos, con el arte poética las palabras del creador resuenan en nuestro interior como nunca han sonado antes. Son poemas que nos hablan sobre la poesía. Mejor dicho: en ellos el poeta habla sobre su poesía, o sobre la relación que él o ella mantienen con el poema, y al hacerlo van exponiendo ideas e intuiciones sobre lo que toda poesía es o puede llegar a ser.
De este modo, el interesante libro Poéticas de Raúl Allaín e Iván Fernández – Dávila es una selección muy reciente del tipo de poemas que en la antigüedad, con Aristóteles y Horacio, se llamaron ars poetica, y muchas veces simplemente “poética”– y que la modernidad recuperó a partir de la admirable composición “Art Poétique” (Arte Poética) de Paul Verlaine, una de las máximas figuras del simbolismo francés, creado en el punto culminante del frenesí turbulento que fue su vida bohemia e intensa, en su libro Antaño y hogaño, de 1884. Nos dice el atormentado amante del enfant terrible Arthur Rimbaud:
“Prefiere la música a toda otra cosa,
persigue la sílaba impar, imprecisa,
más ágil y más soluble en la brisa,
que –libre de lastre– ni pesa ni posa.
Que vuestra palabra tenga un indeciso
y equívoco paso, si lo decidís. […..]
Que tu verso sea fugaz y suave,
sutil y ligero, como vuelo de ave
que busca otros cielos y otro nuevo amor.
Que tu verso sea la buena ventura
esparcida al aire de la madrugada,
que huele a tomillo y a menta granada…
Todo lo demás es literatura”.

Por otra parte, un bello ejemplo del arte poética en el siglo XX es el poema In my craft or sullen art (En mi oficio u hosco arte) de Dylan Thomas. El galés, tan ebrio hasta la desmesura como genial en sus composiciones, nos dice, en su lirismo descarnado:

“No para los soberbios aparte

de la rabiosa luna escribo

en estas páginas rociadas

por las espumas del mar

ni para los encumbrados muertos

con sus ruiseñores y salmos

sino para los amantes, sus brazos

abarcando las penas de los siglos,

que no elogian ni pagan ni

hacen caso de mi oficio o arte”.

Ya en estos casos vemos que el arte poética es una recomendación de cómo escribir poesía o hacia quiénes va dirigida. Ahora bien, si vamos a los creadores iberoamericanos, la nómina es muy extensa: Rubén Darío, Antonio Machado, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Mario Benedetti, Juan Gelman, entre muchos otros, nos dieron un testimonio de cómo concebían la poesía. Por ejemplo, Huidobro titula “Arte Poética” a un texto de su poemario El espejo del agua de 1916:

“Que el verso sea como una llave

que abra mil puertas.

Una hoja cae; algo pasa volando;

cuanto miren los ojos creado sea,

y el alma del oyente quede temblando.

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;

el adjetivo, cuando no da vida, mata”.

A su vez, el autor de Odas elementales, Residencia en la tierra y Canto general define su Arte poética con versos como éstos:

“pero, la verdad, de pronto, el viento que azota mi pecho,

las noches de substancia infinita caídas en mi dormitorio,

el ruido de un día que arde con sacrificio

me piden lo profético que hay en mí, con melancolía

y un golpe de objetos que llaman sin ser respondidos

hay, y un movimiento sin tregua, y un nombre confuso”.

Para ambos poetas el arte poética es un mandato ineludible de la creación, un llamado incontrastable a la acción, una tarea impostergable, una espina en el costado que nos duele y debemos sacarnos para vivir.

El divino Borges nos dice en su “Arte poética”, perteneciente a su libro El Hacedor, fechado en 1960, que frente al transcurrir del tiempo y de nuestro propio tránsito, como se evade el agua de un río, la labor de la poesía es transformar la penuria que trae el tiempo, convertirla en música y símbolo, transformar la muerte en sueño. Pero, la poesía ha de mostrarnos, a la vez, nuestra cara, como si fuera un espejo, para brindar, entonces, una parcela de verdad. Así, la poesía permanece, pero de un modo cambiante como, permanece el río en su fluir:

“Mirar el río hecho de tiempo y agua

y recordar que el tiempo es otro río,

saber que nos perdemos como el río

y que los rostros pasan como el agua.

Sentir que la vigilia es otro sueño

que sueña no soñar y que la muerte

que teme nuestra carne es esa muerte

de cada noche, que se llama sueño. [….]

Ver en la muerte el sueño, en el ocaso

un triste oro, tal es la poesía

que es inmortal y pobre. La poesía

vuelve como la aurora y el ocaso”.

Otra modalidad de ese discurrir borgeano se halla en los poemas “Arte poética” de Juan Gelman, así como de Mario Benedetti. Para el primero de los nombrados, la poesía se representa como condena o penitencia de la que no hay escapatoria alguna:

“Entre tantos oficios ejerzo éste que no es mío,

como un amo implacable

me obliga a trabajar de día, de noche,

con dolor, con amor,

bajo la lluvia, en la catástrofe,

cuando se abren los brazos de la ternura o del alma,

cuando la enfermedad hunde las manos”.

Para el segundo de los mencionados, el poema se revela como un martilleo indetenible sin otro propósito que permitirnos escuchar al poeta:

“Que golpee hasta que nadie

pueda ya hacerse el sordo

que golpee y golpee

hasta que el poeta sepa

o por lo menos crea

que es a él a quien llaman”.

En el Perú, Javier Heraud dio al Arte poética una expresión más social. Veamos su texto in fine, escrito entre Madrid y La Habana, entre 1961 y 1962, henchidos de romanticismo revolucionario:


“Y la poesía es

un relámpago maravilloso,

una lluvia de palabras silenciosas,

un bosque de latidos y esperanzas,

el canto de los pueblos oprimidos,

el nuevo canto de los pueblos liberados.

Y la poesía es entonces,

el amor, la muerte,

la redención del hombre”.

Y, junto a la burla expresa de Antonio Cisneros, cuando dice en su Arte poética 1, de 1972, “Un chancho hincha sus pulmones bajo un gran limonero / mete su trompa entre la realidad”, se encuentra Marita Troiano, quien da el toque erótico a su “Arte poética”, dispuesta en su primer libro de poesía, Mortal in puribus de 1996:


“La poesía me hizo suya en un lecho de arena

y hojas blancas

lamidas por la brisa

con un sol rojo enardecido

con una luna abandonada

y fue mi sangre

fue mi piel

mi propia sombra

la poesía fue mis alas hacia la libertad”.

Así llegamos a este libro. Podemos decir que cada uno de los poemas de Poéticas es una joya en sí mismo y se convierte en un faro para seguir iluminando la obra de los autores. De su lectura ustedes podrán vislumbrar los ejemplos que hemos presentado, a fin de encontrar los que más directamente pueden llevarnos al sentimiento compartido, a la excelsa creación, no menos que a la solitaria reflexión.
Los poetas de este interesante libro redefinen, con amplitud e inteligencia, la sentencia de Shelley, quien decía que los poetas son los legisladores conscientes del mundo, y que extiende George Oppen, al sostener que “los poetas son los legisladores del mundo desconocido”. De este modo, el trabajo de cada poeta en Poéticas es una respuesta a una determinada coordenada de lenguaje e historia, y abre una vía nueva, un modo incógnito de entender este arte sutil como un perfume, violento como un asalto, sorprendente como un beso hurtado a una joven hermosa.

Por otra parte, como Isaías, el Príncipe de los Profetas, los versos de Poéticas se asemejan a revelaciones sobre las difíciles horas que ya vive nuestro país, que se ha convertido en “el portador de la zozobra que pudo maniobrar” como nos dice Alex Valenzuela en su poema Remembranzas.

Los días de desolación y desasosiego que también han vivido nuestros padres y los padres de ellos, en tiempos anteriores, pero también dictatoriales y perversos, se convertirán en “los cárdenos ladrillos de la casa ausente”, como versa Fabrizio Álvarez en su poema Retablo de sueños.

Y Poéticas nos anticipa nuestro comportamiento en este reino invadido de escombros que será el Perú, donde “en la ausencia más distante / me siento más cerca del abismo que de la muerte”, como sostiene el poeta Lenar Mar en su texto Eres la curva invisible.

Por eso mismo, habrá que recordarles, de modo permanente, a estos dos aspirantes de dictadores, uno de los cuales nos gobernará, para nuestra desgracia, el verso límpido de Heberto Padilla, Para escribir en el álbum de un tirano:

“Protégete de los vacilantes,

porque un día sabrán lo que no quieren.

Protégete de los balbucientes,

de Juan–el–gago, Pedro–el–mudo,

porque descubrirán un día su voz fuerte.

Protégete de los tímidos y los apabullados,

porque un día dejarán de ponerse de pie cuando entres”.

Y, a nosotros mismos, para entender nuestra singular condición, el magnífico poema Todo esto es mi país, de Sebastián Salazar Bondy, que les leo a continuación:

“Mi país, ahora lo comprendo, es amargo y dulce; mi país es una intensa pasión, un triste piélago, un incansable manantial de razas y mitos que fermentan;

mi país es un lecho de espinas, de caricias, de fieras, de muchedumbres quejumbrosas y altas sombras heladas;

Mi país es un corazón clavado a martillazos”.

Con Salazar Bondy, creo, sin embargo, que hay esperanza, “la respuesta necesaria que no escucha pero se pronuncia” como escribe el poeta Javier Cuquisibán en su creación Polivalencia intrínseca.

Cuando la democracia vuelva, Raúl Allain, Iván Fernández – Dávila, los autores de Poéticas, y muchos otros, regresaremos con los prisioneros, con los despojados, con las blancas mujeres dolientes, con los ateridos por los estragos de una larga espera. Con ellos nos pondremos la piel arrasada, los sacos sin recelo, el perdurable ímpetu. Seremos la primavera, la alegría, la ola libre azul que pese a irse vuelve siempre.

Y entonces, serán nuevas todas las cosas, el aire, la luz, la libertad, mi amor heredado, este hermoso poemario colectivo Poéticas, y sobre todo el mañana, que se extenderá como el cielo en la línea febril del horizonte.

Muchas gracias.

Santiago de Surco, 29 de abril de 2011

Héctor Ñaupari

Presidente
Instituto de Estudios de la Acción Humana
Red Liberal de América Latina
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